viernes, 4 de enero de 2013


    Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy 
dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu 
boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo 
y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que 
mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, 
con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por 
tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide 
exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te 
dibuja.
     Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces 
jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros 
ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes 
se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan 
tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua 
en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y 
viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos 
buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de 
tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de 
flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si 
nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y 
terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es 
bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te 
siento temblar contra mí como una luna en el agua.

Julio Cortázar.

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